A un año del comienzo de la pandemia

Al enemigo no hay que temerle hay que conocerlo, creo que este principio podemos aplicarlo a las circunstancias actuales de la pandemia, no por su sentido bélico sino estratégico, frente a un escenario tan cambiante y desolador para nuestra especie, cuya característica más relevante es que somos seres sociales.
Hasta ahora conocíamos a un virus que genera infecciones respiratorias leves, lo que decimos los médicos, un resfrió común; sin embargo apareció su primo hermano: el coronavirus 2019, que supo transformar nuestras costumbres más influyentes en el ámbito de la relación inter personal llegando a confinarnos y aislarnos.
Para un latino es una pena no abrazarse, no saludarse sin contacto persona a persona, no demostrar cercanía y afecto mediante el contacto físico, pero para cualquier ser humano es una necesidad básica. Este virus desconocido llegó a prohibir esas costumbres, produciendo cambios sociales muy significativos en nuestra libertad y en nuestras relaciones.
Será necesario que nos sigamos prohibiendo un rasgo tan habitual, característico e identitario, después de lo que hemos aprendido habiendo transcurrido ya un año de pandemia? Estas prohibiciones podremos sostenerlas por mucho tiempo? Pasarán a formar parte habitual de nuestras formas de relacionarnos? La falta de contacto físico de manera crónica, qué efectos provocará en las relaciones y en nuestras mentes?
Por eso al principio hablaba de ‘’conocer al enemigo’’: en todos estos meses hemos notado que el mayor riesgo de contagio se produce en los “momentos sociales”, en reuniones con amigos o familiares DONDE NO SE USA EL BARBIJO, permitiendo la aerosolización a través de expresiones, gesticulaciones, carcajadas, exhalación e inhalación del aire, viciando al ambiente. EL USO DEL BARBIJO ES INDISPENSABLE porque de esta manera estamos evitando la propagación del virus.
Si bien se demostró que el virus puede quedar en algunas superficies inertes como el papel o el acero inoxidable durante varias horas o días, su viabilidad no pudo demostrarse y más aún, ningún vector como un pasamanos por ejemplo, podría asegurar su transmisión de persona a persona, ya que el virus necesita de un vector que lo lleve hasta entrar en la célula humana para poder poner toda su maquinaria de preservación en marcha; es decir, el virus necesita ingresar a través de fluidos corporales, es por eso que las gotitas de saliva y la humedad (entre otras condiciones) son las que trasportan al virus hasta su lugar de trabajo, la célula.
Aun mas, si el virus quedara en las superficies, el solo hecho del contacto con alcohol logra disipar su presencia en 30 segundos. Por tal motivo somos insistentes en la utilización del alcohol cada vez que nos ponemos en contacto con distintos materiales como la tarjeta de crédito, el dinero o cualquier objeto que toquemos. Pero insisto en que el contacto con objetos «contaminados» no es la fuente más riesgosa de trasmisibilidad de este virus.
Si tuviéramos dudas o inquietud al tocar las manos de nuestro ser querido, se puede rociar con alcohol ambas manos antes y después del contacto, eso da seguridad y alivia el temor de contagiarse.
Entonces, si el barbijo está correctamente colocado y las manos limpias, abrazar por unos instantes al abuelo o recibir una caricia de un hijo, no aumentará el riesgo de contagio. Incluso, podemos volver a lavarnos las manos después de saludar para minimizar los riesgos. Lo que sí aumentará dicho riesgo será reunirse sin protección ni cuidado con un grupo en un ambiente cerrado y sin ventilación.
Para la historia de la humanidad un año, sería algo así como una milésima de segundo, pero un abrazo por una milésima de segundo al ser querido, será el pasaporte eterno al bienestar y la salud en toda en su integridad.

CELINA RADICE – MP 13211.
Especialista en Clínica Médica (reg esp 13/0546 ) Infectología (reg esp 26/0062 ) Auditoria Médica (reg esp 62/0215)

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